segunda-feira, julho 03, 2006

Andrés Trapiello

Yo creo que un buen ideal es llegar a ser bueno sin dejar de ser inteligente, o sea, sin dejar de ser un poco malvado.

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Resultaba patético aquel hombre hipocondríaco, convencido de que su muerte habría de sobrevenirle por tumores intestinales. Cada día examinaba sus heces, en las que no encontraba nada anormal. Se estaba larvando en él la angina fatal, que se lo llevaría por delante antes de cumplir los treinta y ocho, y el hombre era feliz, cada mañana, examinando el buen color de sus deposiciones.

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Casi siempre un hombre muestra su corazón al elegir a sus amigos, en cambio sólo se ve su inteligencia cuando elige a sus enemigos.

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Observar con detenimiento a esos tipos que en los conciertos se adelantan unos segundos a todos los demás en aplaudir, no tanto movidos por el entusiasmo, como para dejarle claro al auditorio que ellos conocían a la perfección la pieza y que tal silencio era final y no pausa entre movimientos. Estudiarlos bien, mirar a esas mujeres y esos hombres en la cara. Son los mismos que en colegio estaban todo el día con el brazo levantado, las mismas que llevaban el breviario a la monja, los mismos que en la mili le hacían la pelota al sargento, los mismos que en un momento determinado irían a la policía a delatarte, ellos, tan melómanos, tan sensibles.

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Pocas cosas habrá mas deprimentes que ver a un viejo comiéndose las uñas. (He visto uno así en Recoletos.)

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Por qué Cristo, que relató tantas parábolas, no contó ningún chiste? De las religiones y de los hombres sin sentido del humor habría que desconfiar siempre. El primer paso es estar triste; ele segundo, amargarle la vida al prójimo.



(Fontes: Los Caballeros del Punto Fijo, Las Cosas Más Extrañas, Las Nubes por Dentro)